Mujeres rurales, cazadoras de tradiciones.

Cumpliendo una vez más con el propósito y finalidad del origen o creación de este blog, sigo la vereda que me indica dar visibilidad a mi entorno rural.

En este caso escojo como protagonistas de mi artículo a paisanas hechas un racimo, unidas y entregadas a la recuperación de tradiciones con base culinaria. Un trabajo sutil, desarrollado con ahínco, a marchas forzadas y a conciencia, ante la posibilidad de que el olvido y el tiempo se adueñe  de tan preciado tesoro, dejando entre ver una sabiduría popular exquisita, donde los adjetivos serrano y rural siguen echando raíces.

Porque no son unas simples recetas de cocina las que se resumen en este libro, son historias de vida, momentos y cultura. Recetas de postres y desayunos arropadas con cariño familiar de generaciones, que marcan sin lugar a dudas el carácter de un pueblo.

Muchas de ellas son recuerdos rescatados de la memoria de mujeres casi centenarias y cuyo método de extracción empleado no fue otro que la dedicación, tirando de  nagüillas y sillón. Dando compañía y sentido a tardes en los que el sol se despedía dejando aun viva la charla para el día siguiente.  Otras de las recetas las encontraron en tinta machacada por el tiempo, donde cada segundo contaba y cada mancha de humedad hacía del papel casi transparente un jeroglífico a descifrar.

Castañas, membrillos, matalauva, batatas, manteca , miel, canela, vino, almendras, manzanas, aceite… ingredientes de la Tierra que se mezclan uniéndose bajo el fuego para recrear olores y sabores de antaño. Formando muchos de ellos un pasaporte, más que apetecible, para viajar en el tiempo.

Personalmente siento orgullo del trabajo totalmente altruista que han realizado estas compañeras, la dedicación y el buen hacer para que este libro viera la luz no tiene precio. Y sin lugar a dudas es todo un lujo tenerlo en la biblioteca de casa, tras recibirlo como regalo de mi tía Fita estas Navidades.

Habéis devuelto al pueblo lo que siempre fue del pueblo, habéis hecho justicia, parando el olvido y la pérdida. Volviendo a llenar el vacío que los años y la falta de interés se llevan a su paso; esa desidia que devasta todo, como una ola en el peor de los temporales.

Ojalá este sea el primero de muchos proyectos que permitan en definitiva la puesta en valor y conservación de nuestra cultura e historia. Al fin y al cabo es lo que somos, nuestras raíces, el origen de todo.

Así que en mi nombre y en el las generaciones futuras … ¡¡GRACIAS!!

Pero no puedo terminar estas letras sin animaros a adquirir este trozo de historia. Lo tenéis disponible contactando con la Asociación de mujeres rurales  Los Encinares de Las Navas de la Concepción, os dejo el enlace a su página de Facebook

https://www.facebook.com/losencinares.lasnavas

¡¡¡Ya sabéis!!! A nadie le amarga un dulce y mucho menos si está cargado de esencia navera.

La mandrágora, una planta de hechizos y calderos.

Siguiendo la estela de las entradas de «Silvestres en el calendario», para el mes de noviembre he escogido a una planta arropada por la magia, una planta identificativa de calderos y escobas.

Ésta, no podía ser otra que la mandrágora, fiel representante de misterios, hechizos y leyendas en muchas culturas desde siglos atrás hasta nuestros días. Un vegetal tan aparentemente inofensivo pero con tanta fuerza oscura escondida a la vez.

Biológicamente es una planta perteneciente a la familia de las Solanáceas, (prima de patatas y tomates) que contiene atropina y escopolamina, unas sustancias (alcaloides) que en bajas cantidades provocan adormecimiento o anestecia, deprimiendo los impulsos nerviosos. Mientras que en dosis mas altas actúa como un estimulante, provocando alucinaciones pudiendo llegar hasta el coma. Haciendo alusión a este comportamiento encontramos en muchos escritos pertenecientes a la Edad Media esta referencia «La mandrágora te adormece el primer día y te vuelve loco el segundo».

Más allá de la presencia de atropina sus usos han sido y son muy variopintos.
Como por ejemplo, para tratar la infertilidad o como afrodisiaco, ya que su raíz  se suele ramificar en dos, presentando un parecido humanoide. Además muchas personas de la época aseguraban que cuando era arrancada de raíz, ésta chillaba y lloraba como un niño. Un llanto que no podían escuchar, ya que corrían el riesgo de quedarse sordos.

También era usada para ahuyentar a las fieras y a los malos espíritus, por eso era comúnmente sembrada alrededor de casas y fincas como protectora.

Otros de sus usos más fantásticos e inverosímiles son su aplicación como capacidad de hacer invisible a las cosas o incluso desarrollar el poder de encontrar tesoros.

El nombre científico de esta planta es Mandragora autumnalis. Y en castellano podemos encontrar varios nombres populares o vernáculos como: acelgón, berenjena mora, cerezas de sapo, mandrágula, mandrácola, uva de moro, tomatillo, meá de perro, lechuguilla… etc.

Suele crecer en las proximidades de los cursos de agua limpia. Taludes, vegas, bordes de caminos y cultivos. Sus hojas forman un rosetón a ras de suelo y sus flores tienen tonos violáceos y azulados.

A pesar de todo el polvo de fantasía, leyendas e historias en la que está envuelta, no debemos olvidar nunca que es una planta altamente tóxica que puede provocar la muerte por ingestión, así que mejor admirarla de lejos y dejarle su uso y tratamiento a brujos, magas, hadas o duendes.
¡Entramos en tiempo de mandrágoras!

Ser rural es ser valiente, no es cuestión de suerte.

Resulta abrumador poder ver la cantidad de eventos, encuentros y proyectos dedicados a las mujeres rurales, o a lo rural en general, hoy en día. Multitud de asociaciones, fundaciones y organismos trabajando para su visibilización y valorización como parte esencial de la vida rural.

Voces y caras, muchas de ellas conocidas ya por diversos medios, se muestran defensoras de este mundo tan agradecido y tan lleno de silencio a la vez. Así que yo, como mujer, con y para lo rural,  de origen y raíces, no podía faltar.

Desde mi rinconcito virtual con ventanales abiertos al resto del mundo, inicio y presento mi propia reflexión del papel de la mujer en los pueblos, de lo que es verdaderamente el ser rural. Concretamente, haciendo referencia a enclaves rurales pequeños, aislados de núcleos urbanos, donde su demarcación territorial y geográfica se muestra como veneno y antídoto a partes iguales.

Hay que ser bastante claro y establecer bien los referentes, ya que ¡NO!, no es lo mismo, todo el territorio al que se le llama rural y en consecuencia no todo lo que o quien se cataloga como rural corresponde y casa en su totalidad con este bendito adjetivo. Debemos ser consecuentes y actuar sabiendo los límites de la realidad, ya que nuestra visión u opinión puede verse transgiversada e incluso distorsionada. si no lo tenemos en cuenta.

Porque lo rural, lo verdaderamente rural hay que vivirlo, sentirlo los 365 días del año, notar su vacío, su aislamiento, su rabia de querer y no poder. Asimilar el cansancio del  sobreesfuerzo por llegar y crear desde el. Tragar nudos de voces sordas, donde lo único que se recibe es tu propio eco. Aprender a adaptarse a cada etapa, a base de ensayo y error. Pelear como un cosaco por tu formación y seguir creyendo que tu futuro está en tu pueblo. Arriesgarlo todo a una cara, a un color, a un olor. Sobrevivir y mantener la esencia, sin dejar que la monotonía y el tedio te atrape. Conocerse a uno mismo y no tener miedo. Buscar y necesitar encontrarse de nuevo en cada piedra con la que tropezarás en el camino. Reinventarse y adaptarse, seguir aprendiendo continuamente, sin pausa, sin tiempo y con prisa. Reponer y evolucionar sin olvidar la tradición, la cultura, la arruga o la experiencia. Saber encontrar el momento, la luna, la muestra en la tierra o la señal en la corteza. Vivir no tan libre, no tan tranquilo, no tan fácil. Conectar y asimilar que esa es la normalidad. Dejarte los cincos sentidos en cada metro de la vereda y hacerlo sin esperar nada, sin recompensa, sin salida.

Así es»lo rural» una jaula de prejuicios, un maratón de obstáculos donde el cronómetro corre aun más rápido. Donde los pocos trenes que pasan, lo hacen sin apenas anunciarse o comprenderse.  Una olla a presión, que hace que todo se concentre y se espese. Un lugar del que huir y escapar.  Un desasosiego e incertidumbre, una espera continua que desespera.

Por todo esto y mucho más ¡NO!, no es lo mismo. No se puede hablar de los pueblos si no se hace desde ellos, si no se ha sentido cada una de las emociones que he intentado transmitir en los párrafos de arriba.

¡Es incomparable!… No abras la boca si no te has calzado cada mañana, bien temprano, las botas de la marca valentía, esas en las que sus cordones llevan escritas las palabras temple y esfuerzo. Esas que no entienden de estación, vacaciones, puentes o fines de semana. Y te las has apretado tan fuerte que te han dejado la marca grabada en la piel para siempre.

Ser de pueblo y vivir en él no es fácil y mucho menos cuestión de suerte. Ser rural implica sobrepasar todo esto y seguir amando y necesitando, cada palmo de tierra, cada canto, cada olor, cada ráfaga de aire. Es como una droga, una cuerda invisible que te tira del corazón haciendo que cuerpo y mente lo sigan sin apenas titubear. Es llevar por bandera tu decisión de no marchar, de quedarte, de multiplicarte, de aportarle vida y futuro. Es confiar sin ver la luz, dejarse llevar por la esencia, por lo primitivo.

En definitiva «ser rural» requiere agradecimiento, humildad, generosidad y paciencia a espuertas llenas, con todos y con todo. Sólo si llevas en la mochila estas características, «tan cotizadas», podrás pertenecer al selecto rango y estatus de SER DE PUEBLO.

Podría seguir con la retahíla, pero para terminar, sólo me queda añadir un pequeño ejemplo, una pequeña muestra que apoye toda esta teoría descrita, a sabiendas que habrá muchos que la refuten. Pero mi formación en ciencias hace que el argumento sea una parte necesaria que de pie a la reflexión.

Ese ejemplo soy yo misma, apenas faltan unas semanas para que de a luz a mi segundo hijo, me encuentro de baja laboralmente y aprovecho la tranquilidad de la mañana para cocinar con mucho gusto y tiempo dedicado.

Ya he dejado hechas las espinacas «esparragás», con su «majao» de pan frito, acompañadas de setas de chopo para el almuerzo.  Paso la fregona a la corriente y me decido a echar el cubo con agua en la puerta de casa. Miro hacia el cielo y me sorprende una bandada de buitres leonados justo encima de mi cabeza, (aunque algún buitre negro solitario y aislado pude distinguir también) enganchando las corrientes térmicas de las mañanas otoñales.

Es entonces cuando el peque me da una patada bien fuerte, de esas que casi me deja sin respiración, entre el estómago y las costillas. Hecho que me hace recordar fulminantemente que el momento del parto se acerca, está próximo… y yo a más de 100 km de un hospital donde la hora y media de camino es imposible de reducir.

Y es en ese mismo momento cuando miro las botas de la marca valentía, se escapa un suspiro y  pienso ¡NO!, no es lo mismo . Así que decido entrar en casa, sentarme frente al ordenador y escribir este texto.

 

 

En la maestría de la saca del corcho se habla un idioma propio.

Es de recibo dedicar el primer post de este blog a un árbol que aporta tanto a mi vida, el alcornoque, fiel compañero en el camino, presente en mi día a día y todo un referente de aprovechamiento sostenible para el desarrollo y supervivencia de un gran número de familias.

Un árbol de vida, de historia y cultura arraigada en lo más hondo de cada corchero, que con el paso del tiempo ha transformado la utilización del lenguaje en algo propio y a medida, a modo de un código secreto compuesto por palabras que ni siquiera se encuentran en el diccionario, o al menos según la definición y uso que se da en el tajo.

Antes de seguir, me gustaría advertir de forma coherente y necesaria, que la jerga que describo a continuación es reflejo de la zona de Sierra Morena occidental, aunque seguramente se vea influenciada por nuestra vecina Extremadura. Y ese que, como todo lo ligado al territorio, de forma vernácula hay que hacer hincapié en que puede y debe haber variaciones dependientes de la zona a la que nos estamos refiriendo, por eso es importante dejar claro este aspecto y así evitar posibles confusiones.

Si vamos entrando en materia, tengo que reconocer que me he divertido mucho recopilando los términos y a la vez me han sorprendido bastante por su complejidad y número, ya que la lista llega a más de cuarenta palabras específicas. Términos como bragas, liebre o pata de gallina entre otras… jamás hubiera pensado que podrían tener relación alguna con este árbol emblema.

Principalmente el alcornoque (Quercus suber), está cubierto por una corteza suberosa llamada bornizo ( que sería corcho pero de menor calidad y aprovechamiento). Para conseguir el corcho como material industrial que conocemos hay que realizar una serie de sacas a lo largo del tiempo, «unos 25 años». Generalmente suelen ser tres las necesarias para conseguir el corcho de calidad. La saca intermedia, es decir la segunda, al alcornoque se le suele llamar secundero y el periodo entre saca y saca se establece cada nueve o diez años. Para saber cual es el momento idóneo y poner en marcha la nueva saca se realizan calas para ver su calibre y densidad de poros. Suele depender del uso industrial que se vaya a dar al corcho pero por lo general a menor cantidad de poros y de unos tres o cuatro centímetros de grosor serían las características aptas. Aunque de manera propia, el mismo corcho nos avisa cuando tiene un grosor considerable, ya que muestra unas marcas blancas longitudinales llamadas  colenas, que es resultado de su crecimiento.

Imagen 1.  Cala

Imagen 2. Colenas

Como cualquier trabajo artesanal, se vale de herramientas específicas y adaptadas, en este caso la principal herramienta es el hacha, que está compuesta por una parte de madera y otra de acero.

La parte de madera se denomina astil y suele ser de majoleto, olmo, chaparro u olivo…. Básicamente se requiere que sea de un material manejable, de poco peso y que no cimbre. El astil suele terminar en paleta, en plano, de ahí la acción  «meter paleta»  la cual se utiliza para despegar las planchas de corcho. Hay corcheros que a la paleta le fijan un trozo de metal para así evitar el desgaste en longitud del astil que sufre con el uso.

La parte de acero se divide en varias zonas; boca, que sería el filo que corta cuyas terminaciones laterales en pico se conocen como gabilanes, toda esta parte del filo del hacha se protege mediante boqueras, mientras no se está usando o para para su traslado. Seguido de la boca encontramos el cuello (del hacha) que es la parte estrecha que une la boca con el  ojo, que es la parte redonda donde entra el astil. En referencia al cuello del hacha hay que añadir que es la parte que sirve de soporte, es por donde se agarra y se empuja el hacha para meter paleta y despegar las planchas de corcho. Además esa zona es la causante que tras mezclarse con la savia del alcornoque y manipular el acero hace que se coloreen las manos de color negro. Para terminar la parte metálica definiremos el mocho, que es la zona trasera del ojo y que sirve también como ayuda para dar golpes y despegar el corcho.

Imagen 3. Partes del Hacha

Además del hacha como principal herramienta, debemos destacar la jurga que es el palo largo de unos dos metros de longitud que se utiliza para despegar las planchas de corcho mas altas, situadas en la parte superior del alcornoque. O el gallo herramienta empleada para extraer la zapata que es el corcho de menor calidad que se queda metido o en contacto con la tierra, en la parte inferior del alcornoque.

Imagen 4. Zapata

Una vez descritas las herramientas podemos empezar con la labor de la saca del corcho; todo comienza con el rodeo o tercio, que son los primeros cortes que se dan al corcho, suelen marcarse sobre metro y medio de altura, se rodea el tronco entero y ya de ahí salen planchas hacia abajo y planchas del tercio hacia arriba hasta llegar al cuello del alcornoque que es la parte donde termina el corcho y empieza el bornizo. Del cuello en ocasiones podemos encontrar trozos de corcho colgando tras despegarse la plancha, son los llamados bigotes . Y todo termina con las bragas o calzones, que corresponderían al último trozo de corcho que se saca, se sitúa en la parte donde comienzan las ramas.

Imagen 5. Bragas o calzones. 

Para ayudar al corchero a bajarse del árbol, este suele valerse de escaleras metálicas, un uso que es relativamente reciente ya que antes la escalera se trazaba en el mismo corcho, realizando pequeños escalones que permitieran subir y bajar.

Tras conocer la teoría,  pasamos a la práctica y la realidad es que cada alcornoque es diferente, ninguno se saca de la misma forma, unos tienen más dificultad que otros y esto viene dado por la facilidad de despegue, edad, situación en el terreno, morfología o enfermedades, entre otros aspectos.

Imagen 6. Alcornoque de tronco deforme.

Por ejemplo, respecto a la morfología;  un canuto es un alcornoque que se saca entero de una vez, tras el rodeo se llevan los hachazos hasta la cruz que es la división del tronco en dos o más ramas, «se mete paleta» y se despega el corcho del curtido, todo ello respetando siempre esta fina capa que separa la corteza de la madera. Otros tipos de alcornoques son los pipiolos, que suelen ser pequeños y tienen poca cantidad de corcho o los de cuello paloma, que son parecidos a los pipiolos pero algo más esbeltos, aunque no tanto como las berlingas que son alcornoques muy altos donde el corcho no llega a la cruz.

Imagen 7. Cruz

Imagen 8. Berlinga

Otros factores determinantes para la saca  son las enfermedades y heridas, muchas de ellas provocadas por larvas e insectos como escarabajos y otras como las liebres, son heridas que se producen cuando el corcho no despega bien y se lleva parte del curtido dejando una cicatriz  que con el tiempo hace que se forme la llamada chochera o chuminera, una zona donde se puede dar por hecho que el alcornoque no volverá a producir corcho. Otro tipo de marcas son las patas de gallina que hacen que el corcho no despegue bien por esa zona, toman ese nombre por la gran similitud a la huella de una gallina o las culebrillas que son las señales que ha dejado un insecto al digerir parte del curtido del alcornoque.

Imagen 9. Chochera o chuminera

Una vez el alcornoque se encuentra desnudo sin corteza, pero vestido del curtido, emanando un olor fresco como a manzanas y sobre él , un color naranja intenso que irá oscureciéndose con el paso del tiempo hasta volver a convertirse en  corcho. Es ese momento, con las planchas en contacto con el  polvo y la tierra , cuando entran en juego las demás personas indispensables para realizar la saca de este material orgánico. Entre ellos están; los jarruqueros, que son los encargados de recoger el corcho, hacer las cargas y cortar las planchas para que el arriero (jarriero) pueda transportarlas hasta la pila que es donde se amontonan las planchas para ser cargadas en el camión. El traslado del corcho por el arriero se realiza mediante bestias, burros y mulos, estos acceden a zonas donde el tractor cadenas (utilizado en la actualidad) no puede llegar y para ese transporte se utilizan los garabatos que son unos artilugios que complementan el aparejo de las bestias para cargar el corcho. En este proceso de transporte si hay una figura a destacar, es la del Liviano, nombre del burro que de manera innata aprende a llegar del lugar donde ha recogido las planchas hasta la pila, actuando de jefe y guía para los demás.

Imagen 10. Pila

Otro de los roles que ha estado presente desde la antigüedad y que ahora se encuentra cada vez más ausente, es la figura del aguador, los «aguaores» son personas que cargaban en las aguaeras de las bestias los botijos llenos de agua e iban repartiéndola a todo el personal. Como he dicho antes, es una figura que cada vez está mas en desuso y en su lugar cada trabajador se encarga de llevar su garrafa propia con agua para saciar la sed.

Para terminar con el trabajo de campo nos situamos en la pila, donde se establece el peso del corcho, este se realiza mediante una Romana, instrumento de medida que va apoyado en tres pies de acero llamado  cabria. La unidad de medida del peso utilizada es el Quintal que equivale a cuarenta y seis kilogramos. Una vez pesado el corcho, es el turno del pilero que es el encargado de hacer la criba e ir separando el bornizo y la zapata, además de ir cortando las planchas igualando sus dimensiones, para que a la hora de la carga en el camión tengan la mayor estabilidad posible. Cosa que además se implementa con la colocación de las planchas a modo de trabas en la parte posterior del camión (el culo), se empiezan a disponer en forma de cruz una sobre otra y con una leve inclinación a unos dos metros antes del final del camión.

Imagen 11. Camión cargado de corcho pasando por Las Navas de la Concepción.

Tras finalizar la temporada corchera, llega el esperado arremate, comida ofrecida por los dueños de la finca en la que se ha trabajado. Un tiempo merecido de reunión y descanso de todo el personal que ha participado en la saca. Experiencias, anécdotas y días de briega compartidos desde antes del amanecer que marcan el fin del esfuerzo realizado.

En definitiva, de manera reflexiva cuando hablamos de la saca del corcho, nos situamos ante una profesión social con rangos definidos, donde se aprecia una jerarquía llena de sinergias y sincronías, cargada de una sabiduría aprendida a conciencia y que sirve de pase para poder acceder a desarrollar la profesión. Hablamos entonces, de unos conocimientos que son necesarios para poder adquirir y asimilar esa destreza, ya que los mas jóvenes aprenden la habilidad de los más veteranos durante una o dos temporadas hasta poder ser autónomos e independientes y sacar por primera vez solos, estamos ante los llamados novicios. Que son el fiel reflejo de la importancia del  trato con y al árbol, de su respeto, del trabajo bien hecho con mimo y de su aprendizaje requerido asociado.

Por otro lado, debo reconocer que nunca he sacado corcho, alguna visita esporádica a la pila y poco más, pero tengo que admitir que como nieta, hija y esposa de maestros de este arte, tengo grabado en la retina la espera ansiosa de la llegada para quitar de la espalda las cabezas incrustadas de  hormigas rojas, siendo a la vez minuciosa con la exploración por la presencia de alguna que otra garrapata. Grabado también queda el olor a monte o el sonido repetitivo que acompañaba las tardes después de la siesta, el del asperón impregnado en agua recorriendo la hoja del hacha realizando el amuelo poniendo a punto la herramienta para el día siguiente. También es imposible olvidar la rugosidad de sus manos, pintadas de un color negro seco, perpetuo que coloreaba sin manchar la palma por el resto del verano.

Imagen 12. Amuelo

Una vez desmigado todo el proceso e intentar transformar a base de palabras un texto en una panorámica de la dehesa, sólo puedo decir…

¡Qué orgullosa y agradecida estoy! ¡Qué arropada me siento!

Cultura, historia, etnografía, artesanía, naturaleza, aprendizaje, respeto y tiempo… todas cogidas de la mano para ser soporte de esta profesión que se lleva en la sangre rural. Una profesión llena de honra y valentía que convierte a hombres, en maestros del hacha, hombres que susurran al alcornoque muy de cerca para traer futuro a su hogar.

Agradecer el apoyo mostrado para la creación de este artículo de mi marido Kanito, mi padre Lolo, mi tío Migue y mi vecino Rafa. Sin ellos no hubiera podido plasmarlo.